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Francisco Salamone (Leonforte, Sicilia, 1897 – Buenos Aires, 1959) fue un ingeniero y arquitecto ítalo-argentino que dejó una de las huellas más singulares en la arquitectura argentina. Llegó de niño al país y, tras formarse en la Otto Krause y recibirse en Córdoba, comenzó una carrera que pronto trascendió fronteras: antes de los treinta años ya había sido premiado en Milán y Barcelona.

 

Su momento consagratorio llegó entre 1936 y 1940, cuando el gobernador Manuel Fresco lanzó un ambicioso plan de obras públicas en la provincia de Buenos Aires y Salamone, el francotirador perfecto. En apenas cuatro años, construyó más de 60 edificios en 25 municipios: palacios municipales, mataderos y portales de cementerios. Una ofensiva de hormigón que transformó pueblos de casas bajas en escenarios de película futurista.

 

El estilo de Salamone —una interpretación audaz del Art Déco en Argentina, con torres-reloj ciclópeas, portales que cortan el horizonte y símbolos de poder en medio de la llanura— dio origen a un patrimonio arquitectónico que hoy es referente del turismo cultural bonaerense.

 

En los años cuarenta, tras esa etapa arrolladora, Salamone se mudó a Buenos Aires y se asoció con su hermano Ángel. Su trabajo se orientó a obras viales y edificios de propiedad horizontal, en sintonía con un país que se modernizaba a otra escala. En ese tiempo atravesó procesos judiciales que lo llevaron a pasar un par de años en Uruguay; finalmente fue sobreseído y regresó a la Argentina.

 

En la posguerra, volvió a proyectar y construir, esta vez en altura, hasta su muerte en 1959. Aun en sus últimas obras, su impronta monumental permaneció intacta: la idea de que la arquitectura debía ser símbolo y futuro.

 

A más de 80 años de su construcción, sus obras siguen siendo patrimonio cultural protegido, reconocidas por leyes provinciales y decretos nacionales. Viajar a conocerlas es una experiencia única: donde otros vieron llanura, Salamone dibujó un skyline.

 

Obras que hoy son leyenda:

Su forma de “cuchilla” monumental es Monumento Histórico Nacional.

Matadero de Coronel Pringles: su “cuchilla” monumental es Monumento Histórico Nacional.

Portal del cementerio de Saldungaray: un disco de casi veinte metros con la cabeza de Cristo que parece vigilarlo todo.

Palacio municipal de Tornquist: con categoría nacional o provincial de patrimonio protegido.


Palacio municipal de Chascomús: con categoría nacional o provincial de patrimonio protegido.